La misión del Arte es el conocimiento de la verdad humana

Os invito a que no creáis una palabra de todo lo que no pueda demostrar.

Me siento un farsante. Sinceramente, ¡creo que toda mi vida es una gran mentira!

La falta de medios, permisos y equipo, impide que ejecute mis acciones tal y como las concibo.

Me inspira luchar con integridad y dignidad, por un Arte capaz de crear Acciones de Compromiso Social.

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El milagro de San Isidro Labrador

Viña de Luís 'el del Sordo'. Al fondo, hermita de Santa Eufemia
Escribo estas líneas, precisamente hoy, día de San Isidro Labrador. Aconteció en mi juventud, un hecho digno de resaltar en los anales de los agricultores de la villa de Sada. Lo más seguro, es que nunca haya ocurrido y, probablemente, nunca más vuelva a repetirse lo que sucedió en aquella jornada. Un honrado trabajador acudió a podar su viña y se encontró con que la faena ya estaba hecha. Hubiera sido interesante ver la expresión de Luís. Es legítimo pensar, que por un instante, debió creer estar asistiendo a un verdadero milagro. 

Tal y como se ha desarrollado mi arquitectura neuronal, de siempre me he sentido inclinado por esclarecer los enigmas de la vida antes que por cumplir las duras y prosaicas labores mundanas. Para nada, es mi intención menospreciar a mis coterráneos. Al revés, admiro su entrega y abnegada labor. Hace falta ser una mujer o un hombre de los pies a la cabeza, para enfrentarse día a día con: las inclemencias del tiempo; con la furia desatada del cielo cuando arrasa en minutos el trabajo de todo un año; y con la frustración de perder cosechas enteras ante la nefasta gestión de la administración. Tendría que desaparecer la agricultura de la faz de la tierra, para que nuestros inconmensurables políticos, se vieran abocados a comprender de una maldita vez, que las lechugas, el trigo y las uvas no se crían en las estanterías de las tiendas.

A lo que iba. Cuando mi padre me mandaba a desempeñar las pertinentes labores de nuestra pequeña hacienda, mi cuerpo obedecía a regañadientes, mientras mi mente soñaba con conquistar los recónditos vericuetos de la psique humana. Me acuerdo perfectamente cómo, allí de pie junto a las cepas, cortando los sarmientos por los pulgares de forma precisa, levantaba mis maltrechos riñones y, alzando la vista, contemplaba la desalentadora visión de: miles de cepas por cada hilera y cientos y cientos de hileras por cada viña. Cuando llegaba la hora de almorzar, al abrigo de un ribazo, me hacía una chulas en el rescoldo de una fogata. Sentía por un breve instante la paz y armonía de trabajar para la Madre Tierra. Pero, con los últimos estertores de los sarmientos agonizando en la lumbre, se desvanecía mi ensoñación haciéndome palpar la cruda realidad. Tenía que abandonar mi cobijo, para enfrentarme nuevamente al desalmado ejercito de pulgares ansiosos de ser atendidos.  

Ante tan devastador panorama, fue como un buen día se me ocurrió la brillante idea de contratar un peón para que desempeñara mi tarea. Reparé en Francisco, uno de mi cuadrilla. Le expliqué oportunamente la situación de mi viña de Santa Eufemia y él, diligentemente, se dispuso a cumplir lo pactado. Como ya habréis imaginado, mi compinche erró en sus cálculos y acabó podando una propiedad vecina: la que muestra la foto. Si no recuerdo mal, creo que la historia acabó repartiéndonos el garrafal fallo entre los dos. Nunca hablamos con el afortunado. Tal vez, Luis, en la tranquilidad de su jubilación y en la intimidad de sus plegarias, siga rezando y agradeciendo al santo tan inusual gesto.

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