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Papa Karol Wojtyla, Juan Pablo II |
Érase una vez, una imagen -un pastiche publicitario tal vez-, que deambulaba por las tierras del Reichstag. El mismo que Christo Javacheff fue capaz de transformar de poderoso emblema político en otro de pura confrontación poética. Ese dedo apuntador, iba de un sitio a otro sin aparente orden ni concierto.
Un grupo de amigos de lo efímero, de causas perdidas, esos que creen que la vida es algo más que vivir para consumir; esos locos insensatos que creen en la belleza y en la verdad por pura convicción artística, pues bien, quiso el destino que semejantes elementos tropezaran con esta imagen.
Vivimos tiempos convulsos. No importa si ayer eran Alemanias divididas u hoy son Españas desquiciadas. Siempre va a haber gente perdida, en zozobra, sin trabajo ni esperanza. Personas, en cuya alforja sólo atesoran otro día más de miseria e incertidumbre. Cuando el grito es su último consuelo, uno sale a la calle vociferando a diestro y siniestro su amargura. Da igual que sea desgañitándose a golpe de pulmón o empapelando la ciudad con proclamas. Las paredes son los altares de los sin nombre. El testigo callado de un pueblo que necesita desesperadamente hacer llegar su mensaje. Papel sobre papel. Palabra sobre palabra. Historia sobre historia.
Un buen día, alguien, no se sabe quién ni por qué, arrancó un trozo de esa historia: un pasquín. Carteles pegados unos a otros con el transcurso del tiempo. Una imagen en sí misma, puede resultar todo lo inocua que uno desee, pero si arañas en sus entrañas, corres el riesgo de descubrir conceptos reveladores. Con luz de frente, vemos al cabeza visible de la Iglesia Cristiana en actitud ejemplar. Lo digo sin coña ni ironía. Me parece una imagen sublime; allí, con su dedo señalando el lugar de encuentro para las almas puras. En cambio, al trasluz, emerge una palabra que altera visceralmente el sentido de la imagen. Una aberración para muchos y una liberación para otros.
Como simple individuo que trabaja al amparo de algo tan incorruptible, tan bello y tan sagrado como el Arte, pienso que es una insólita plegaria, un maravilloso canto al respeto y libertad para la comprensión del ser humano dentro de lo más grande que encierra el espíritu: nuestra libertad de creencias.
Pienso, que si en lugar de reptar como víboras, acechando a nuestro prójimo para juzgarlo y someterlo a nuestro credo, abriéramos nuestro corazón e intelecto a un entendimiento de auténtica empatía, podríamos ir más allá de esta imagen.
Es un auténtico placer, recordar las increíbles palabras de Elena Ochoa Foster. Siempre que las leo, me siguen impactando tanto por su enfoque de vida como por su extremo mensaje: lógico y sencillo:
«En fin, no existen modelos psicológicos ni biológicos que, por el
momento, expliquen la creatividad, y quizá no existirán nunca, ya que, por
definición, no podemos escudriñar lo irracional con códigos racionales. Sería
como intentar levantarse tirando de los cordones de los zapatos. Para analizar
un sistema hay que estar fuera de él o ser más amplio que él. Y la razón nunca
será más amplia que la imaginación».
Nunca jamás podremos analizar un sistema, un dogma, una creencia, si nos obstinamos en encerrarnos a nuestras ideas. Si deseamos alcanzar la dicha eterna, antes, me temo, estamos obligados a salir de nuestra verdad para intentar comprender la de los demás. Abrámonos al mundo cambiando perspectiva y mirada. Amén.
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