Mierda de artista: el suculento plato de la codicia |
Esta obra, es el fiel
retrato de las preclaras mentes de muchos: banqueros/cajeros/dinereros (llámalos como te plazca). Decir que todos son
culpables de tan flagrante esquilmamiento ético y moral, sería injusto. Seguro
que hay personas intachables. No obstante, la clase social más débil se
pregunta: ¿Por qué esos banqueros sin tacha no demuestran su solidaridad con los desahuciados? Porque, está claro, el clamor social no se hace eco de su lucha contra la corrupción y la
maquiavélica gestión de sus compañeros. Corren un tremendo peligro al
estar tan cerca de tanta podredumbre e inmundicia. Es probable que, a más de
uno, se le atrofie la glándula pituitaria e irremisiblemente se vea arrastrado
por el camino de la perdición. De suceder esto, se verían obligados a cambiar
su impecable chaqueta de rectitud, por otra idéntica a la de sus colegas. Una
con más holgada hechura, para que el hedor de los despojos humanos que van
creando no descomponga su impoluta imagen.
Para semejante piara de
cerdos (¡por favor! quienes tengan limpia la conciencia que no se sientan
aludidos) cordura y adhesión son conceptos con los que partirse de risa.
Mientras multitud de familias padecen una despiadada hemorragia tanto en lo
físico -con la pérdida de sus bienes-, como en lo emocional -con la
desintegración de sus valores-, estas alimañas disfrutan de incentivos
demencialmente obscenos y sangrantes.
El honorable ciudadano, tiene todo el derecho a elucubrar, que la clase política debiera salir en su defensa. En lo más recóndito de nuestro corazón, aún soñamos inconscientemente con que los cuatro políticos y medio honestos que quedan, debieran tener la decencia y el valor de cortar por lo sano esta sangría. Pero, ¡los sueños, sueños son! Nuestro despertar se da de bofetadas con la inmisericorde realidad. Muchos de nuestros políticos, sólo son una pandilla de títeres manejados al antojo del pérfido mercantilismo. Ante semejante panorama, a uno sólo le resta arrodillarse en silencio ante el verdugo y bajar la cabeza con humildad para que se la corten de cuajo lo más rápido posible. Puesto que nos impiden vivir con dignidad, al menos, debieran tener la bondad de exterminarnos con misericordia.
Este es el discurso fácil que hace la mayoría. Seamos honestos y demos un paso adelante. La codicia y la insensatez del ser humano no tiene límites. Lo triste de este asunto, es que todos somos responsables. Unos, por su perversa gestión política y social y, otros, por no tener sangre en las venas con la que salir a la calle y luchar. Resulta patético, que la mayoría de gente se consuele echando la culpa al Sistema. Tenemos lo que nos merecemos. Nuestra falta de solidaridad con quienes exhalan su último aliento de vida; nuestra cobardía por no poner el grito en el cielo acompañado de acciones contundentes; nuestro vomitiva cobardía y egoísmo, ya que mientras no nos falte el jornal, a los demás, que los zurzan; así es como cavamos nuestra propia tumba. No seamos tan hipócritas despotricando contra políticos, banqueros y demás especímenes corruptos. La corrupción es algo que llevamos inscrito en nuestro código genético. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. No vaya a ser que descubramos, que de estar en su lugar, quizás también nosotros fuéramos igual de malvados.
Vivimos en una sociedad
enferma y deshumanizada. Me avergüenzo de pertenecer a esta raza. Cada uno
va a su bola. ¡¡Sálvese quien pueda!! Hemos creado el perfecto caldo de cultivo
para perpetuarnos como criaturas extremófilas de este aberrante engendro
emocional en lo que nos hemos convertido. Ante semejante expectativa, no es de
extrañar que muchas grandes corporaciones hayan alcanzado el omnipresente
estatus de
DIOS TODOPODEROSO.
Los que lloramos el
desamparo que invade nuestra existencia, hemos contribuido a conciencia al
alumbramiento de semejante monstruo. A lo hecho, pecho. Afrontemos las
consecuencias. Sólo hay un camino para salir de esta crisis:
empezar a
cambiar desde lo más profundo de nuestro ser.
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